En los años 90 se demostró que el tejido adiposo no es un
tejido inactivo con la única función de almacenar grasa, sino que también actúa como un órgano endocrino capaz de producir diferentes
sustancias que modulan los depósitos de grasa. Entre esas sustancias se
encuentra la leptina, que es la hormona encargada de comunicar al cerebro la
cantidad de grasa presente en el organismo. Estos descubrimientos brindan una
explicación metabólica al origen de la obesidad.
¿De qué manera funciona el proceso? Los adipocitos
son células que forman el tejido adiposo y producen varias hormonas entre las cuales se
encuentra la leptina. Esta viaja en la sangre por todo el cuerpo llegando al cerebro que percibe la cantidad de leptina como un
medidor de la cuánto tejido adiposo está presente en el cuerpo. A más tejido adiposo, mayor concentración de leptina en la sangre y el cerebro recibirá
el mensaje de que existe suficiente energía almacenada y puede consumirla. Al
gastar dicha energía disminuye el tejido adiposo y con el la concentración de leptina en la sangre. El individuo
experimenta un mayor apetito, comerá más y absorberá mejor los alimentos con lo
cual la persona engorda. Este ciclo busca balancear los niveles de leptina en
el cuerpo y con el la mayor o menor cantidad de tejido adiposo que tenemos.
El ciclo funciona perfectamente durante la juventud. Los jóvenes
generalmente pueden comer sin medida y no engordan. Su cerebro es perfectamente
sensible a los niveles de leptina y el balance se mantiene casi inalterable.
Sin embargo, con el paso de los años la persona come mucho menos de lo que
comía antes y por el contrario engorda rápidamente. Lo que ocurre es que con el
tiempo los receptores del cerebro que detectan la cantidad de leptina en el
organismo ya no funcionan como antes. Nuestro cerebro ha perdido la
sensibilidad a la leptina que tenía en su juventud y engordamos con facilidad, pues se necesitan mayores concentraciones de leptina en sangre para que esta sea detectada. Producir mayores cantidades de leptina es igual a tener mayor cantidad de tejido adiposo. El ciclo que en nuestros años de juventud era capacidad de evitar la obesidad, ahora actúa en nuestra contra favoreciéndola.
Hay varias condiciones que aceleran el proceso de deterioro del
cerebro para detectar la leptina. Uno de ellos es la disminución del nivel de
oxígeno en el organismo. En segundo lugar está el hecho de que el medio celular
de nuestro cuerpo se vuelve ácido en lugar de alcalino; nuestro organismo sufre
una transformación hacia la acidez. El tercer factor consiste en que nuestras
células, que forman parte ahora de un cuerpo que tiene ya muchos años, cada vez
producen mayor cantidad de unas sustancias que son el resultado final del metabolismo y que se llaman radicales libres. Los llamados antioxidantes son
precisamente aquellas sustancias que contrarrestan la presencia de radicales
libres en el cuerpo y se recomienda mucho su consumo.
Hoy en día el efecto de insensibilidad a la leptina se ha
acelerado y esta anomalía se aprecia cada vez en edades más tempranas. Lo que conocemos como comida rápida y la llamada dieta de cafetería hacen que el hombre
consuma alimentos alterados genéticamente y otras sustancias que modifican la
manera en que nuestro organismo funciona desde el punto de vista endocrino.
Esto provoca una mayor incidencia de los tres factores que alteran nuestra sensibilidad a la leptina.
En la actualidad existe una industria dedicada al control de peso que obtiene ganancias que superan los cientos de billones de dólares al año. Se promociona un gran número de dietas para bajar de peso diseñadas según varias preferencias e incluso para varios poderes adquisitivos. El 95% de esas dietas funcionan de la misma manera: todas se centran en controlar la cantidad de calorías que el individuo consume diariamente. Sin embargo, ese mismo porciento no tiene en cuenta la parte endocrina del asunto.
Cuando una persona sigue una dieta, su sistema
endocrino seguirá trabajando como siempre y al disminuir los alimentos el
mensaje que llega al cerebro es precisamente que el cuerpo necesita comer más
para almacenar energía. Algunas dietas incluso utilizan medicamentos para
disminuir el apetito y lograr controlar esta reacción natural de nuestro
cuerpo. Ante la incapacidad de recibir más alimentos, la lógica que seguirá el cerebro será disminuir lo más
posible el gasto energético, dejando las reservas existentes para garantizar
las funciones vitales del organismo. Las personas que se someten a una de estas
dietas suelen experimentar debilidad, decaimiento, hablan bajito, tienen
sudoraciones, su aspecto es flácido e hipotónico. Se produce un gran
sufrimiento a nivel interno del organismo e incluso a nivel psicológico del
individuo.
Muchas dietas actuales están diseñadas para alcanzar metas
de peso en poco tiempo. Sin embargo, ocurre que una vez alcanzado el objetivo
de peso deseado, el individuo comienza a comer normalmente pero el cerebro no
reacciona tan rápido y mantiene un gasto energético disminuido, con lo cual se
produce un almacenamiento de esa energía sobrante en forma de grasa. Las
personas en poco tiempo terminan con un peso incluso superior al que tenían
cuando comenzaron la dieta. A esto se le conoce como efecto rebote.
Si queremos ser exitosos en el control de nuestro peso, además de disminuir la ingestión de calorías, debemos también propiciar que nuestro cerebro recupere su
sensibilidad a la leptina. Esto solo es posible combatiendo los tres factores
que dificultan su detección: la mala oxigenación y los elevados niveles de
acidez y de radicales libres en el organismo. De esta forma nuestro cuerpo
podrá mantener su gasto energético normal y evitaremos así el efecto
rebote. Por fortuna, existen en la naturaleza sustancias llamadas adaptógenos que permiten
lograr estos objetivos. A ellas nos estaremos refiriendo en nuestro próximo
artículo.
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